Una persona amable me ha invitado
en un bar conocido a la cerveza
más triste de mi vida, pura lágrima.
Joven, casado en breve, con oficio
prometedor y con salud de hierro,
hacía planes para meses próximos,
hablaba sobre el hijo que tendría,
sobre la casa que iban a comprar.
En la forma de hablar podía verse
que se creía dueño del futuro
-al menos, de su parte de futuro-
y por creerlo solo, ya era así.
al otro lado de la mesa, yo
le escuchaba , callando, desde lejos.
O mejor, le escuchaba imaginando
qué pasaría con su vida toda
-con su hijo, su casa su mujer-
si de pronto estallara algún desastre.
Quiera el Señor la dicha concederme
de ver mis manos siempre como hoy:
sin nada que llevar de un lado al otro.
Con esa forma de entender la vida.
domingo, 4 de marzo de 2012
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